El «Mágico» González

Éramos chavales y necesitábamos ídolos. Pensábamos que los teníamos pero ni siquiera éramos conscientes de qué coño era realmente un ídolo, más allá del amor-acné y la admiración incondicional del adolescente. Escuchábamos a New Order, Lou Reed, Jane’s Addiction, Camarón… También a Serrat, a Mecano, a decenas de chirigotas de carnaval. Vivíamos en La Laguna, un barrio cualquiera de Cádiz. Teníamos alrededor de la cama a los clásicos de la música rock, a los Pixies, a Nirvana, pegados con esas tiras de fixo que se caían dos minutos después de colocarlas. Los que jurábamos que eran nuestros ídolos, con el tiempo, se nos fueron cayendo de la pared. (Un ídolo caído es casi imposible de resucitar, a no ser que ese ídolo sea  el mismísimo Jesucristo). Pero entonces éramos gilipollas y no teníamos consciencia de nada.

Lo que pasaba, en realidad, es que Jesucristo vivía en nuestro mismo barrio. Le veíamos comprar, andar, rondar, tomar la penúltima nocturna a pocas horas antes de un partido en el Ramón de Carranza. Era originario de El Salvador, pero le volvía loco el cazón en adobo. El cazón, el amontillado, el fino, la vida, las chicas, los chocos… era un hombre de apariencia endeble, sureño, con ese hablar tan bonito de las américas. Llegaba tarde a cualquier sitio. Su debilidad era dormir. Su terrible debilidad, en verdad, era vivir, vivir con intensidad. Esto es algo que nadie perdona, mucho menos en este país. Entonces Maradona aseguraba que «Mágico» Gónzalez era uno de los mejores jugadores del mundo.  Concretamente decía que era mejor que él. Lo decía Maradona, y también lo compartía el París Saint Germain, el Atalanta de Bérgamo y el mismísimo F.C. Barcelona. ¿Qué hizo «Mágico» ante estas ofertas tan tentadoras? Pues quedarse en Cádiz, en La Laguna, viendo nuestros pósters de Pink Floyd caer.

El tiempo pasa y pone las cosas en su sitio.
-Eso es verdad. ¿Te acuerdas del gol de Mágico frente al Racing de Santander? (min. 1.55 del vídeo)
-Claro que me acuerdo. Y también del gol que nunca fue frente a la portería del Betis. El mejor gol que nunca fue de toda la historia del fútbol….

 

Jorge «Mágico» González deslumbró a los aficionados al fútbol en el Mundial de España del 82. Perdió todos sus partidos. No consiguió nada de nada. Lo fichó, a continuación, el Cádiz Club de Fútbol y, desde ese preciso momento, se convirtió en una especie de leyenda. La leyenda es, en realidad, la comunión de este futbolista con la ciudad, con su renuncia a la fama, al ser, al no estar, al estar en otra felicidad y división.  En el 82 muchos aseguraban que El Mago era mejor jugador de fútbol que Cruyff. No veo a Cruyff a la puerta de un freidor, la verdad. Tampoco a Maradona. Pero sí he visto a González pidiendo pescaíto frito delante de mí. Le encantaba la noche, comer, beber, vivir y dormir. Le gustaba vivir. Lo hacía delante de todos nosotros, exultantemente.

«Para mí, el Cádiz es el mejor equipo del mundo». Eso dice, en el siguiente y breve documental, el mejor jugador conocido: González,  político,  sociólogo, filósofo prescindible, seductor de El Salvador y matador. También creyente.

Lo mejor de todo es que todavía no se nos ha caído el póster. Tal vez porque nunca lo tuvimos colgado.

 

 

Texto:       Luis zaragoza
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