Cuatro Gatos

Miau. No había muchas personas aquella tarde en la exposición. Quizá porque no jugaba el Barça, quizá porque no era viernes, quizá porque la natalidad está bajando peligrosamente en el mundo desarrollado. Els Quatre Gats fue una cervecería cabaret inaugurada hace la friolera de 120 años en los bajos de una casa modernista de Puig i Cadafalch, en el Barrio Gótico de la BCN menos somnolienta, inspirada en Le Chat Noir [El Gato Negro] de Montmartre, en París, símbolo de la bohemia de finales del XIX. Aquella tarde, sin embargo, no era una tarde cualquiera. Ni siquiera era un sitio cualquiera. Hasta el 26 de marzo de este posible año y de este posible lugar expone el artista barcelonés Joan Tharrats Pascual (Barcelona, 1958), hijo, sobrino y hermano de artistas pictóricos.

Colgados, no como los que piensan lo que dicen sino como los que dicen lo que piensan, unos cincuenta cuadros del autor barcelonés recorren la sala central del ahora restaurante, repaso de las últimas acuarelas, retratos y dibujos de obra pequeña del licenciado en Psicología, también guionista de cómics y de televisión e ilustrador para periódicos. De hecho, dicen las malas, las buenas y las peores lenguas que fue trabajando con papiones en cautividad en el mismísimo Zoo de Barcelona que Tharrats descubrió su don, el dibujo, y comenzó a colaborar con su hermano Joseph August con Ergo (1978), un trabajo que aparecería tarde o temprano en la mítica TBO, premonición de su dedicación en cuerpo y alma a la revista satírica española por excelencia, El Jueves, y lanzarse con un personaje de tres años de recorrido como su Johnny Roqueta, junto al otrora dibujante Rafa Vaquer, para Cul de Sac.

 

Gat

 

Barques

 

Copa en mano de misterioso líquido, Tharrats asegura algo así como que desde un punto de vista evolutivo el lenguaje humano hace la función de lo que en otros grupos animales, como los primates, es desparasitar: simple y llanamente socializa. El profesor Tharrats parece un tipo razonable, incluso cuando habla, no cuando escucha. De eterna sonrisa y canas desvergonzadas, mueve los ojos curiosos desde el otro lado de la frontera de sus pequeños anteojos como si estuviera estudiando forma, contenido, punto, raya y polígono. Se siente satisfecho de poder exponer en la mítica Els Quatre Gats, donde hicieron lo propio Picasso, Rusiñol o Casas, entre muchos otros, antes que él. ¿Innato esto de dibujar? «Sí, sí, innato», apunta, y aun así, re-contesta, como si fuera un motivo, una razón o una pesquisa: «Soy autodidacta». Ah, bueno, vale. No hay mucha gente. «Bueno, afuera hay muchos japoneses haciendo fotos del edificio». Me sirve. Y sigue a lo suyo, saludo tras saludo a la familia, a la familia de los amigos y a la familia de los amigos de los amigos. También está su séquito de la Universidad, que lo sigue a todas partes, quizá esperando una segunda vuelta de cava. «Ningún animal llega tan lejos. El lenguaje humano tiene la característica de ser capaz de elaborar una estupidez exquisita», comenta para una tele y para un periódico. La gente de la prensa se queda con las ganas de entenderle. Parece darse cuenta y suelta más lastre: «Como más complicada es una cosa, más perversa puede llegar a ser», explica el profesor de Comunicación. Mucho más claro, sí señor.

Retrat

 

Poblet

 

«Cuatro gatos» alude a poca cantidad de gente en el lenguaje de los humanos, como si cuatro marcara la diferencia entre lo poco y lo mucho: no es lo mismo estar a un paso de conseguirlo, quedarse a dos velas o decirlo en tres palabras, que más de cuatro ya quisieran tener lo que tú tienes. Aquella tarde, ya noche, seguía habiendo pocas personas en aquel mítico restaurante, donde ya comían unas cuantas mesas de japoneses. Quizá porque hacía calor, quizá porque había unas jornadas de conferencias en la Facultad, quizá porque todavía se conservaba la nieve en las montañas del Pirineo. La cuestión es que tanto David Bowie como esos barquitos como ese que se ríe como los gatitos como el huevo frito como la lata como servidora nos sentimos a gusto durante algo más de cuatro minutos. Marramiau.

Bowie

 

Llauna

 

Ouferrat

 

TEXTO:             di sastre
IMÁGENES:      joan Tharrats
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